Echar un sueño después de comer es uno de esos grandes pequeños placeres de la vida que mejora nuestro bienestar. La siesta contribuye a facilitar la digestión, reponer fuerzas y reactivar los reflejos. Esos minutos de relajo físico y mental combaten la ansiedad y el estrés, y aumentan la capacidad creativa. De ahí que empresas de la talla de Google, Nike o The New York Times den un espacio a sus empleados para que duerman la siesta en la oficina.
La siesta es una costumbre mediterránea muy arraigada en España, donde se practica en dos modalidades. La más extendida y recomendada por los médicos es la siesta corta, consistente en ponerse cómodo, cerrar los ojos y dejarse llevar por el sopor sin llegar a caer en un sueño profundo.
El inefable Dalí fue un acérrimo defensor de esta siesta de una media hora. El momento de “despertar” de la modorra lo marcan los primeros signos de relajación muscular. Y el truco daliniano para advertirlos consistía en sostener un cubierto hasta que se le caía de la mano.
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La siesta larga, de más de una hora y sobre la cama, tiene sus detractores, quienes insisten en que el sueño profundo diurno puede ser causa de insomnio nocturno. No obstante, en Andalucía es la opción predilecta. En días festivos no es raro que se duerma en pijama, dentro de la cama y casi a oscuras. Claro que entonces se hermanan la siesta y la fiesta…
La NASA ha sido el último organismo científico en alabar los beneficios de la siesta, subrayando que ofrece un bienestar incomparable. Eso sí, la institución precisa que para que sea modélica no debe exceder de los 26 minutos. Ni uno más, ni uno menos.