Una de las claves de la talasoterapia es que la epidermis absorbe oligoelementos como el yodo, disueltos en el agua de mar. La piel, en una inmersión a 37ºC, los asimila diez veces más deprisa que en un baño normal. En España, el gusto por la playa tiene larga tradición, gracias en parte a la creencia en los efectos del yodo para el bienestar. Veamos un par de ejemplos.
Baiona, en Galicia, ya era conocida en el siglo XIX por sus aguas yodadas, debido a las algas que el Atlántico lleva cada día a sus playas. Estas algas se utilizaban como abono, y los lugareños creían que los labriegos que las “cosechaban” sufrían menos problemas de articulaciones que los demás. De dicha creencia al inicio de la hidroterapia pasó poco tiempo. Cada vez fueron más quienes en verano acudían a “tomar los baños”, hasta que en 1896 se construyó el Balneario Marino de la Concheira.
El fenómeno que más distingue al Atlántico del Mediterráneo es el de la marea. En las playas mediterráneas la flora submarina solo suele aparecer tras los temporales. En Tarragona, la playa de Calafell fue famosa por la calidad de su pesca. Según los pescadores, se debía a la riqueza en minerales y yodo de las aguas. Y no iban errados, pues cerca de la costa hay una colonia de algas ricas en yodo. Allí se fundó en 1929 el Sanatorio Marítimo de San Juan de Dios, para niños con tuberculosis ósea. Era común ver a los jóvenes pacientes enterrados en la arena húmeda para que asimilaran el yodo a través de la piel. Una imagen para los anales de la talasoterapia.