La vida moderna es ruidosa: en las calles, en los lugares de trabajo e incluso en los hogares se oye siempre ruido de fondo, tanto así, que a mucha gente el silencio le provoca una especie de horror vacui, como si sin ruido se sintiera incómoda, y no duda en conectar aparatos que emitan voces o música aunque no les preste atención.
Pero la realidad es que el exceso de ruido es perjudicial para nuestro bienestar. Cualquier sonido de más de 30 decibelios tiene efectos perniciosos para el organismo y, por consiguiente, para la psique. Pues el ruido es uno de los factores que provoca más estrés.
Por eso no es de extrañar que en nuestro tiempo libre busquemos lugares donde se respire tranquilidad, normalmente en contacto con la naturaleza. El silencio aumenta la calidad del sueño, fundamental para “recargar pilas”, mejora el sistema inmune y la capacidad de concentración, reduce la tensión arterial y los niveles de cortisol y adrenalina en la sangre, y contribuye a una buena regulación hormonal.
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Los monasterios benedictinos, en cuya regla es esencial el silencio, han sido desde antaño lugares de retiro para quienes buscan alejarse del “mundanal ruido” y centrarse en escucharse a uno mismo, en apreciar el mundo real sin el filtro del ego.
Estos oasis de silencio tienen su réplica en los balnearios y centros de bienestar, donde los cuidados del cuerpo, también surten efecto en la mente para proporcionar un verdadero bienestar.